Por David HuertaLa extensión de las aguas, la expansión de la luz matinal,las señas desplegadas en una mano abierta ante los ojos adivinos,el vuelo de las aves y el orden de las estrellas en el cielo de otoño,el fuego de innumerables formas, la ondulación de las letrasen la madrugada lectora y enfebrecida, el hálito mismo de la fiebrehincado en la frente y asomado a la boca jadeante,el verso repetido en voz alta hasta que pierde todo sentidoo adquiere un sentido nuevo, deslumbrante y revelador,al doblar una esquina la memoria del amigo muerto que nos avasallacon diálogos inexplicables y desgarradores, el nuberío sobre el valley sus habitantes atormentados, la desolada y noble silueta del mendigocomo una absurda promesa de resurrección, los papelestirados en la calle anónima como restos de una vida ilegible,los corredores en penumbra visitados una vez másen la noche alternativamente hospitalaria y amenazadora,el estallido ciego de la química en un cuerpo atenazado por el cáncer,las voces multiplicadas a la salida del tren subterráneo, los espejosy su extraño eco y el eco mismo de los murmullos debajo de la sedy el ardimiento, el cosmos de tu vida repleta de filos y de abismosy de evidencias florales y de músicas altivas y el paso que hacia míhas dado, otorgándole a las presencias y al pensamientoy a la bocanada del vacío una dirección y un tenue temblor de serenidadque, a tu lado, cada día, me cubre con mil y una imágenes verdaderas…
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